La mariposa Monarca recibe esta denominación porque “es una de las más grandes mariposas que existen y la que cubre el más vasto dominio territorial” ya que cada año vuelan más de 20 millones de ejemplares desde Canadá a México para pasar allí el invierno.

En su migración recorren más de 5.000 kilómetros. Y se desplazan las tataranietas de las que el año anterior hicieron la travesía, siguiendo la ruta de sus ancestros. Pero sólo volverán  las llamadas “generación Matusalén” porque éstas sobreviven hasta 9 meses cuando la vida normal de estos insectos es de unas semanas.

Llegan en otoño a México, al estado de Michoacán, a los extensos bosques de Oyameles y Pinos.

Se cuelgan de los árboles en racimos inmensos, como hojas secas  y  cuando la temperatura ambiental aumenta, emprenden un danzante vuelo, revoloteando y  formando preciosas nubes de color naranja.

Los nativos denominan a estos bosques los “santuarios”.  Cuando se visita uno de estos lugares hay que comportarse como si se tratase de un lugar sagrado. En absoluto silencio, con recogimiento, respeto y admiración por la contemplación de uno de los “milagros” más admirables de cuantos nos puede regalar la naturaleza.

Si se quiere visitar uno de estos santuarios para  ver  a las mariposas, hay que hacer un largo recorrido a pie, subiendo a más de 3.000 metros de altitud.  El silencio es obligado puesto que son muy delicadas y si se las molesta, se trasladan en oleadas a otros árboles e incluso no volverían otra vez a estos lugares.

La llegada de las mariposas Monarca a México, coincide con la celebración del Día de los Muertos y es creencia popular de la región, que son las almas de los familiares fallecidos que regresan a casa.